Expectantes e intrigados, en un día en el que la calima nos trae la arena de un desierto lejano, llega a nuestra isla un artista con un apellido mágico, un apellido que aunque él cree que no posee alas, si que hace que volemos a esos sitios que él pinta.
Alfredo Palomo, un hombre dulce, generoso, timidamente encantador, con el halo del maestro que fue y siempre será, y con el alma de artista. Nos cuenta como un día le pidieron que hiciesen el logo de nuestro colegio y le puso letras que bailaban a su alrededor, cómo dibujó para cajas de pastas que viajan por el mundo, el puente de Cangas de Onís y la basílica de Covadonga....(Bueno, algunas han viajado a nuestras casas y después a nuestras barrigas).
Nos enseñó una técnica que desconociamos: pintar con plumillla y tinta....
Y en un momento dibujó un horreo, una casa y con unas gotas de agua esos árboles que llenan nuestros bosques.
Cuando averigüemos el animal que dejó la huela piratilla le pediremos a Maeve que avise a su abuelo pintor, y si a Palomo le apetece volver a nuestra isla piratilla, tal vez ...
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